Ozma (2023)

En las sombras de una ciudad monocromática, Jeff atraviesa sus noches en vela atormentado por el vacío que dejó la partida de su esposa. Durante uno de sus habituales paseos nocturnos, el insomne descubre una criatura de apariencia gelatinosa que emite un brillo sobrenatural en un callejón olvidado. Este ser extraterrestre, que recuerda a una medusa etérea, establece de inmediato un vínculo telepático con el afligido viudo, revelándose como Ozma, una fugitiva intergaláctica perseguida por fuerzas hostiles. Aunque inicialmente renuente, Jeff no puede evitar reconocer en los ojos luminosos de la criatura el mismo destello de soledad que habita en su propio pecho. La narrativa se desarrolla como un sueño lúcido donde la frontera entre memoria y realidad se desdibuja. Músicos callejeros emergen de la penumbra para acompañar con melodías en vivo cada giro de esta odisea, creando una banda sonora improvisada que se entrelaza con los susurros mentales de Ozma. Mientras Jeff guía a la criatura a través de laberínticos callejones y azoteas desoladas, ambos descubren que sus destinos están unidos por hilos invisibles. Las fuerzas persecutorias se manifiestan como siluetas distorsionadas que se mueven al compás de una partitura invisible, transformando la ciudad en un tablero de ajedrez dimensional donde cada esquina esconde dimensiones alternas. Esta búsqueda cinematográfica trasciende los géneros convencionales, fundiendo la estética del cine mudo con la narrativa paranoica del cine negro. A medida que la conexión entre humano y alienígena se profundiza, Jeff comienza a percibir ecos de su esposa perdida en las transmisiones telepáticas de Ozma, planteando cuestiones existenciales sobre la naturaleza de la conciencia. El viaje se convierte en una exploración de universos paralelos donde el duelo y la esperanza se entrelazan en una danza cósmica, desafiando las.